La policía son las “turbas”
Dina Boluarte y su gobierno del terror y la muerte
Anoche sentí terror. Caminaba junto a unas setenta personas por la Avenida 9 de Diciembre, pasaba el Museo de Arte de Lima y me acercaba al monumento de Miguel Grau. Era inminente. Nos seguían alrededor de 300 efectivos policiales en bloque, giraron a la derecha en la Av. Garcilaso de la Vega y nos pisaban los pasos, a unos 200 metros que se convirtieron en 100 y, cada vez, en menos. Nadie se les acercó, ni les gritó, ni les habló, no hubo contacto, simplemente nos retirábamos, pero era inminente. Empezamos a trotar cuando empezaron a agredirnos. Primero una. Luego decenas. Las bombas lacrimógenas surcaban el aire como elipses sobre nosotros. Luego nos rozaban las cabezas. Yo volteaba a mirar y veía como todos corríamos despavoridos. Vi policías arengando, disparando al cuerpo lo que supongo serían balas de goma. Los gases lacrimógenos eran lo más visible.
Vi lo que pensé era una bomba lacrimógena venir hacia mi. Suave, humeante, me aparte porque temí que me cayera. Pero a dos metros del suelo y a uno de las cabezas de un amigo y su hermana estalló. Explotó sobre la cabeza de mis amigos y, mierda, no les habíamos hecho nada. Ni un insulto, ni una arenga, ni un gesto desafiante al pie del monumento de Grau. La turba de policías arremetía sin cesar. No podía respirar cuando una nube de gas lacrimógeno cegó mi visión y me obligó a cerrar los ojos. Poco antes vi el grifo del Paseo de la República con Grau, luego no lo vi más, pero traté de caminar hacia él. Buscaba en mi morral la botella de vinagre blanco y la puta botella de vinagre que nos protege de las armas que sostienen a este gobierno no quería abrir. No a ojos cerrados. Caí de rodillas cerca del grifo. Temía los palos de las policías, vertí vinagre sobre un pañuelo y me lo puse en el rostro. Me incorporé y retomé mi carrera hacia el grifo. Me senté al lado de un dispensador de gasolina “no creo que gaseen en el grifo”, pensé. Pero lo hicieron, no sabía dónde meterme. La mayoría de los manifestantes logró correr y entrar a Grau. Yo no podía, estaba resignado junto a dispensadores de gasolina de 90, 95 y 97 octanos, esperanzado en su protección.
La policía llegó. Algunos manifestantes se habían metido al baño, tal vez a buscar agua, tal vez a esperar que la turba de policías que agredía sin razones provocadas por nosotros pasara. Pero no pasaron. Unos diez policías registraron el grifo. Yo estaba escondido entre dispensadores de gasolina. Vi como entre cuatro policías arranchaban a personas del baño, las apaleaban y las tiraban al suelo, y cuando se incorporaban las empujaban con sus escudos. Como cuando personal de limpieza, mucho más civilizada y cuidadosamente, limpia y barre la basura. Un efectivo me identificó. Vino a mi, me vio claramente intoxicado, tosiendo, llorando. Levante las manos y le dije “solo estaba caminando por acá”, me metió un escudazo sin mayor preocupación, diría que hasta sin mayor interés. Me dejó ahí sentado, solo en el grifo. Todavía no recobraba la vista por completo, ni la respiración. La policía se reagrupó sobre el puente de la primera cuadra de la Av. Grau. Lanzaron un par más de gases lacrimógenos hacia los manifestantes y quien parecía ser el jefe empezó a contarlos. A pasar lista. Me recompuse y me acerqué. Me senté en el suelo como un indigente a metros de ellos. Desfilaban apellidos, clasificados en números. “¡Jimenez, uno!” y Jimenez se alineaba en primera fila. Y así hasta contar a unos 50, el resto había continuado tras los manifestantes por Grau.
Claramente, la Policía Nacional del Perú está desarrollando y perfeccionando una fórmula para diluir el raído tejido social que queda y que se anima a manifestar sus posiciones políticas en las calles, a ejercer el derecho a la protesta. En la práctica, la protesta pacífica no se permite en Lima. Se ahoga con gases y perdigones y palos, y con helicópteros. Y todo muy indiscriminadamente. Siento que Lima pronto dejará de ser la excepción en el conteo de muertos. Periodistas heridos con perdigones, en el cuerpo y en los lentes de sus cámaras. Pronto reventarán los primeros ojos en Lima, pronto tendremos los primeros tuertos/as de Dina Boluarte en Lima. No pasan 20 minutos sin que lleguen policías y agredan a manifestantes pacíficos y los dispersen a punta de gases y perdigones. No importa si están sentados en una vereda, o conversando en pequeños grupos o si están tomando agua y recomponiéndose, o si están arengando o flameando sus banderas y ejerciendo sus derechos. ¿La paz de las manifestaciones? No importa: ¡Gas, balas de goma, escudazos, palazos!
Anoche dispararon una lata de gas a un bus del metropolitano y los pasajeros y el conductor tuvieron que escapar como pudieron. Escuché a un ex ministro de la policía, a Basombrío, decir que la policía había desarrollado dos días de trabajo super profesional y técnico, sin bajas. En esos días produjeron el incendio en la casona de Jirón Carabaya. En esos días destruyeron a tanquetazos la puerta de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para luego ingresar por una puerta que estaba abierta, al costado. En esos días vejaron a 193 estudiantes y familiares guarecidos en esa universidad acusándolos de terrorismo, los tiraron al suelo, los llevaron a Dirección Contra el Terrorismo y soltaron a los dos días a 192, sin ningún cargo, pero también sin sus documentos o sus pertenencias. Un policía celebró "Se cumplió, detenidos todos terroristas, reventamos San Marcos"
Los medios masivos han empezado a usar el término “turba” para referirse a los manifestantes, pero si les quitas los uniformes y los pones de civil, lo que ves son turbas de personas armadas persiguiendo a cualquier grupo de manifestantes pacíficos con la única intensión de desaparecerlos del espacio público y con ellos a sus banderas, a su ejercicio político de la protesta, perfectamente legal y amparado por normas nacionales y tratados internacionales. El actuar de la policía es el de un verdadero “bully” del espacio público.
Perdido y desorientado, esta vez decidí darle el alcance a una amiga periodista al lado del Sheraton. He notado que guarecerse detrás de los pelotones de policías da un poco de calma, pero eso solo sirve a unos cuantos, los grupos grandes son repelidos, son perseguidos muy igual a cuando uno persigue con Baygón a cucarchas. Me reuní con mi amiga, había brigadas médicas cerca, pero pronto nuevamente pasaron tal vez 200 manifestantes con sus banderas, perfectamente pacíficos, ni piedras, ni palos, toda manifestación dentro de lo simbólico, los cánticos y los gritos. Y nuevamente la policía se reorganizó. Tal vez habría mil policías en distintas zonas de Paseo de los Héroes Navales, agrupados en tal vez una decena de turbas armadas esperando para bullear. Los manifestantes venían como desde Plaza Francia y a penas pasaron las instalaciones del Hotel Sheraton los policías volvieron a arremeter. Nuevamente a empapar el pañuelo de vinagre y a cubrirme el rostro con el pañuelo. Decidí irme. Me crucé con otros amigos y decidí irme con ellos, tomábamos la avenida Salaverry cuando vimos a otro centenar de manifestantes que minutos después fue perseguido por policía en motos. Como delincuentes en moto, por la espalda, se apostaron a metros de ellos y nuevamente bombas lacrimógenas y perdigones.
Hasta ahora, a diferencia de otras regiones del Perú, donde los “excesos” han sido las balas que han producido más de 50 asesinatos por proyectil disparado Pero temo que este umbral de la violencia no durará mucho. La policía está envalentonada, empoderada, tiene todo el respaldo del ejecutivo, el legislativo y otros poderes del est do además de la prensa masiva. Temo que pronto tendremos asesinatos en Lima, en las siguientes manifestaciones.