En la última semana hemos vuelto a ver el uso viciado de la fuerza pública y el despliegue de técnicas ilegales de la impunidad y la letalidad de parte de la Policía Nacional del Perú. Hemos vuelto a presenciar eso que no se puede tolerar: que ejercer un derecho constitucional incremente la probabilidad de perder el más fundamental de los Derechos Humanos. Hemos vuelto a ver eso que trae recuerdos tan dolorosos a nuestra sociedad, eso que es absolutamente irracional bajo cualquier lógica; eso ante lo que hemos aprendido y estamos demostrando ser inflexibles.  

Es lamentable, pero no se puede presumir que, sin las manifestaciones multitudinarias en el país, el 80% de los congresistas habría reconocido su error, exigido la renuncia de su representante usurpador en el poder Ejecutivo, garantizado la imparcialidad en los procesos judiciales contra los responsables por los asesinatos y desaparecidos, y elegido al nuevo presidente con un mínimo de decencia.

Tal vez por eso, porque no podemos presumir en ellos esos mínimos morales, es que las muertes de Inti Sotelo y Brayan Pintado tienen una conexión con cada una y uno de nosotros en lo más esencial, en lo que somos absolutamente iguales: en la vulnerabilidad de nuestra piel y de nuestros tejidos subcutáneos; en la fragilidad de nuestra vida y en la inevitabilidad de nuestra muerte; en la inexorable condición política de nuestra existencia en la sociedad.

Todo esto duele, pero estos días están cargados de experiencias sumamente pedagógicas, como lo están demostrando nuestras protestas pacíficas en las calles. Hemos convertido el espacio público en un verdadero pasacalle de intenciones y exigencias heterogéneas, en un carnaval de colores y de ideologías políticas que, desde la diversidad, desde la diferencia, marcha sobre acuerdos mínimos, pero sólidos y fundamentales: la manifestación política activa y pacífica, y la exigencia de una representación institucional que subordine los intereses particulares de nuestras autoridades a las necesidades de nuestra colectividad.

Sería ideal que quienes dirigen y quienes ejercen la fuerza pública respeten esos mínimos morales. Pero la magnitud incomprensible de su violencia nos viene demostrando que es mejor cuidarnos entre nosotros y nosotras. Pensando en esas cosas, es razonable informarse sobre cómo proteger la vida humana durante una manifestación. Protegernos entre nos, sí, pero también proteger la vida de quienes ponen en riesgo las nuestras. Esta búsqueda, que se realiza sin perdigones, ni canicas, ni gases, ni bengalas, rechaza el plomo gris de las balas, y busca cuidar el potencial democrático de la protesta.

Cuando cada una y uno de ustedes haga esa búsqueda en Internet, encontrará una serie de tecnologías económicas y accesibles que no son de ataque, no se acercan por ningún lado a ser letales, pero que sí reducen la letalidad de los ataques desproporcionados e ilegales de la Policía Nacional del Perú. Estas tecnologías permiten reducir el abuso de la fuerza y a la vez son elementos que pueden convertirse en emblemas del derecho a la protesta pacífica. Que pueden ser como las ollas en los balcones y pueden llenarse de significado cívico en las marchas pacíficas puesto que son esencialmente inermes.

Los paraguas de colores y los globos llenos de pintura igualmente multicolor pueden enfatizar la dimensión diversa de nuestra democracia, hacer de los pasacalles que hemos visto estos días una gran fiesta, un carnaval que celebre nuestra pluralidad cultural en un país que todavía conmemora su independencia con tanques y tecnologías de guerra, con emblemas de muerte que difícilmente construyen una mejor sociedad. Felizmente, los paraguas y los globos también pueden mitigar inocuamente la capacidad de excederse de quienes usan ilegítimamente el monopolio de la violencia. Pueden ser tecnologías de protección de la vida humana e incluso reemplazar técnicas potencialmente mortales que son usadas actualmente como el lanzamiento de piedras, palos o lo que se encuentre al paso. Los paraguas permiten a un manifestante protegerse, cuidar los ojos y esconder los puntos vitales de las miras criminales. Y son de manejo sumamente flexible ante los ataques frontales, y son plegables ante las persecuciones cobardes. Los globos con pinturas de colores reducen la visibilidad de quienes usan malsanamente los armamentos que pagamos con nuestro trabajo. Ponen a los marchantes en condición menos desigual cuando los malos oficiales tienen que desmontar los cascos de sus cabezas y están forzados a mirar de frente a los y las ciudadanas. Igualmente, los colores convierten los escudos, esas barreras que permiten intensificar los asedios, en estorbos temporales. Desactivan, al menos parcialmente, el uso viciado de nuestro trabajo contra nosotros.


Las siguientes fotografías publicadas en medios de comunicación masivos y de alcance global, que son de pleno dominio público y sencillo acceso, grafican la utilidad práctica de los paraguas y los globos llenos de pintura. La utilidad práctica de celebrar y proteger la vida simultáneamente.


Protestas en Barcelona, España

Elmundo.es


Desfile del Rey Momo, Carnaval de Cajamarca 

RPP


Manifestantes independentistas de Catalunya

NBCNews.com


Danza de Pachahuara (nuevo amanecer), Valle del Mantaro

Luis Enrique Salinas Pérez


Protestas por la democracia, Hong Kong

The Guardian


Danza El Suri, Oruro, Bolivia

Enperu.org



(Foto portada: Mariela Gonzales)